Consumismo acrítico
Suena el despertador y me levanto. Ya en la cocina me sirvo un cuenco de cereales ricos en fibra. Mientras caliento la leche con estracto de soja, calcio y flúor destapo un yogur con miles de millones de L-casei inmunitas, bífidus activo y trozos de higo, que no se para que sirve, pero ya compite en popularidad con la soja. Un vaso de zumo de chirimoya, papaya y mango con vitaminas de la A a la Z completará mi desayuno. Hoy me llevaré una manzana por si me entra hambre a media mañana, pero antes la trataré con un novedoso producto de desinfección de frutas y hortalizas anunciado en TV.
Me dirijo al baño y hago mis deposiciones en mi reluciente WC desinfectado con bioalcohol y de la cisterna sale un aséptico y tranquilizador torrente de agua de color azul cobalto. Me afeito con espuma de aloe-vera y una maquinilla de cuatro hojas para acabar con una loción hidratante de almendras amargas. El cepillado de dientes debe ser concienzudo y, por supuesto, no lo sería sin un dentífrico ultrablanqueante a base de microgránulos no abrasivos.
Ya en la ducha destapo mi gel de leche con frutas verduras e infusiones varias (dígase camomila, que manzanilla suena muy cutre) y restrego mi cuerpo con un guante exfoliante, sintiendo auténtico vértigo ante olvido tan absoluto como el de los limones salvajes del caribe. Mientras el champú con fortificante capilar a base de piña y coco hace sus maravillas y marca el fin de la era del huevo, aplico a mi cuerpo un aceite hidratante con estracto de algas.
Acabado mi aseo personal me visto con mi ropa lavada con oxígeno activo y oxiaction -La moda del oxígeno llega a todas partes menos a Kioto- y me embarga el aroma de jabón de Marsella. De todas formas me parece que el ambiente no está suficientemente ionizado, así que pondré el ionizador para que lo ionice un par de horas.
Una vez en la calle y de camino a mi trabajo no puedo evitar preguntarme: ¿como demonios ha podido sobrevivir la humanidad sin todos estos avances?
Saludos.
Me dirijo al baño y hago mis deposiciones en mi reluciente WC desinfectado con bioalcohol y de la cisterna sale un aséptico y tranquilizador torrente de agua de color azul cobalto. Me afeito con espuma de aloe-vera y una maquinilla de cuatro hojas para acabar con una loción hidratante de almendras amargas. El cepillado de dientes debe ser concienzudo y, por supuesto, no lo sería sin un dentífrico ultrablanqueante a base de microgránulos no abrasivos.
Ya en la ducha destapo mi gel de leche con frutas verduras e infusiones varias (dígase camomila, que manzanilla suena muy cutre) y restrego mi cuerpo con un guante exfoliante, sintiendo auténtico vértigo ante olvido tan absoluto como el de los limones salvajes del caribe. Mientras el champú con fortificante capilar a base de piña y coco hace sus maravillas y marca el fin de la era del huevo, aplico a mi cuerpo un aceite hidratante con estracto de algas.
Acabado mi aseo personal me visto con mi ropa lavada con oxígeno activo y oxiaction -La moda del oxígeno llega a todas partes menos a Kioto- y me embarga el aroma de jabón de Marsella. De todas formas me parece que el ambiente no está suficientemente ionizado, así que pondré el ionizador para que lo ionice un par de horas.
Una vez en la calle y de camino a mi trabajo no puedo evitar preguntarme: ¿como demonios ha podido sobrevivir la humanidad sin todos estos avances?
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